Abusleme
Por Patricio Abusleme Hoffman

Este artículo fue publicado originalmente en julio de 2004 en el número 28 de la revista La Nave de los Locos.

Episodio ya legendario en lo que se refiere a apariciones marianas, las manifestaciones de la Virgen a tres pastorcillos en una villa portuguesa en 1917 es un hecho aceptado como tal por la Iglesia Católica. Sin embargo, desde la década de los sesenta investigadores y estudiosos de fenómenos anómalos han advertido que algunas características de las apariciones de Fátima son típicas de encuentros cercanos con OVNIs.

De que algo sucedió en Fátima en 1917 no hay duda. Al escuchar mencionar el nombre de dicha localidad portuguesa todos evocamos las apariciones de la Santísima Virgen María a tres humildes pastorcillos y es por eso que hoy ese pueblo es famoso y recibe anualmente a miles de peregrinos de todo el mundo. “Y entonces, ¿qué tienen que ver las apariciones de Fátima con los Objetos Voladores No Identificados?”, se preguntará usted. Pero lo cierto es que si examinamos las apariciones y las comparamos con algunas características de avistamientos modernos de OVNIs, las semejanzas son notables. Aquí es preciso aclarar que cuando hablo de “OVNI” no me refiero a “vehículo extraterrestre”, que es la acepción con la que la mayoría de la gente relaciona esa sigla, sino que me refiero a un fenómeno real que parece estar guiado por algún tipo de inteligencia o forma de conciencia cuyo origen —sea cual sea éste— aún nos es desconocido. Tampoco es mi intención pasar a llevar las creencias religiosas de nadie (yo mismo soy católico practicante). Sólo deseo revisar un episodio mariano clásico desde un punto de vista original y diferente, que podría arrojar algunas luces sobre aquello que llamamos “lo divino”.

La Señora de Fátima

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Tal como nos relata el historiador, investigador y periodista alemán Michael Hesemann en su libro The Fatima Secret(1), el domingo 13 de mayo de 1917, temprano, Lúcia dos Santos y sus primos Francisco y Jacinta Marto fueron a misa, como hacían siempre, tras lo cual partieron a hacer pastar a sus ovejas, porque a eso se dedicaban a diario. Lúcia (no “Lucía”, como la mencionan en algunas publicaciones) tenía diez años, Francisco estaba a punto de cumplir nueve y su hermana Jacinta tenía sólo siete años. Los tres pertenecían a familias campesinas, vivían en el pequeño poblado de Aljustrel, que forma parte de la villa de Fátima, y al igual que gran parte de la población rural portuguesa de 1917, eran analfabetos y fervientemente católicos. Aquel día llevaron a pastar a las ovejas que estaban bajo su cuidado a un lugar llamado Cova da Íria (literalmente, “la Cueva de Irene”, antigua santa local), una depresión pastosa de 450 metros de diámetro, rodeada de montañas y localizada a 3,2 kilómetros de Fátima. Poco después de haber terminado su colación del mediodía, los pastorcillos fueron sorprendidos por un súbito relámpago. A pesar de que estaba despejado, los niños pensaron que el clima podría cambiar repentinamente, así es que Lúcia pensó que sería mejor volver al pueblo. Francisco y Jacinta estaban listos para seguirla, pero apenas voltearon para comenzar su camino de regreso, otro relámpago rasgó el cielo. Entonces, los niños miraron hacia el lugar de donde había provenido el rayo y se quedaron sobrecogidos por lo que vieron. Allí, a apenas un metro y medio de distancia, flotaba sobre una pequeña encina una “señora” vestida completamente de blanco, “más resplandeciente que el Sol”, como la describió Lúcia. Según relataron posteriormente los jóvenes videntes, la Señora aparentaba unos 18 años, medía alrededor de un metro 20 de estatura y tenía ojos oscuros. Sus ropas consistían en un largo vestido blanco y en una capa con capucha que le cubría la cabeza. Sus manos estaban juntas, como en plegaria, y sostenían un rosario de brillantes cuentas blancas, terminado en una cruz de plata. Usaba un largo collar que le llegaba hasta la cintura y del que colgaba un pendiente redondo.

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—“No tengan miedo. No les voy a hacer daño”— les dijo la aparición, en portugués.

—“¿De dónde sois?”— le preguntó Lúcia.

—“Soy del Cielo”— respondió la Señora.

—“¿Y qué estáis haciendo en este mundo?”— volvió a preguntar la niña.

—“Estoy aquí para pedir que vengan a este lugar el decimotercer día de cada mes durante los próximos seis meses, a esta misma hora. Entonces les diré quién soy y qué quiero. Después de eso, vendré una vez más, por séptima vez”— fue la respuesta de la Señora.

A esto siguió un breve diálogo en el que Lúcia preguntó si ella y sus pequeños primitos irían al cielo, a lo que la Señora respondió afirmativamente, y también preguntó si la guerra seguiría durante mucho tiempo más (recordemos que la Primera Guerra Mundial estaba en curso), a lo que la aparición contestó que “no podría decírselo ahora, así como tampoco puedo decir qué es lo que quiero”. Entonces, la entidad preguntó a los pastorcillos si estaban dispuestos a ofrecerse a Dios y a aceptar los sufrimientos que Él les enviaría para ayudar a resarcir los pecados del mundo, a lo que Lúcia respondió afirmativamente, por ella y por sus compañeritos. Finalmente, la Señora les pidió que rezaran el rosario a todos los días “para terminar la guerra y traer la paz al mundo”. Entonces comenzó a elevarse lentamente y se dirigió hacia el este, tras lo cual desapareció cuando estaba muy lejos. “Cuando la visión comenzó a desaparecer, (los niños) escucharon una detonación sorda, ‘como un cohete explotando en la distancia’ o como una especie de trueno subterráneo que provenía de la encina… Se quedaron petrificados, mirando en la dirección hacia donde había ido la Señora. Les tomó algo de tiempo volver a tomar conciencia del mundo real”, escribe Hesemann(2).

Segunda y tercera visita

Jacinta, la más pequeña de los videntes, no pudo mantener silencio y relató lo sucedido a su madre. Ella dudó de la historia de su hija, a pesar de que ésta fue corroborada por Francisco. Al poco tiempo el rumor comenzó a esparcirse por el pueblo y el 13 de junio cerca de 50 lugareños acompañaron a los niños a Cova da Íria a su segundo encuentro con la Señora. Ella apareció al igual que en la ocasión anterior, flotando sobre la misma encina luego de que un relámpago señalara su llegada. En aquella oportunidad, la entidad volvió a pedir a los niños que rezaran el rosario diariamente y además les pidió que aprendieran a leer y a escribir. También profetizó la temprana muerte de Francisco y Jacinta. Testigos de este encuentro dijeron haber escuchado la voz de Lúcia y un “murmullo misterioso” como respuesta. María dos Santos Carreira, una lugareña, describió este sonido “como si escuchara una voz a la distancia, algo como el zumbido de una abeja”, pero no pudo distinguir palabras(3).

Así pasó otro mes, durante el cual la historia de las apariciones se propagó aún más y los pequeños videntes tuvieron que enfrentar tanto el interés de curiosos como los ataques de escépticos. El 13 de julio de 1917, los tres niños fueron acompañados por una concurrencia de alrededor de cuatro mil 500 personas(4). Alguien había colocado un arco de madera con una cruz en él para marcar el sitio de las apariciones. Los pastorcillos llegaron al lugar y comenzaron a rezar el rosario. Al poco rato Lúcia anunció la llegada de la Señora. Manuel Pedro Marto, el padre de Francisco y Jacinta, recordó haber visto sólo una pequeña nubecilla gris sobre la encina, pero al mismo tiempo notó que “el calor había disminuido y soplaba una suave brisa, algo inusual en pleno verano” y posteriormente escuchó “un zumbido, pero no pude distinguir palabras”(5). Lúcia se quedó mirando en éxtasis a la Señora, en silencio, a tal punto que Jacinta se impacientó y le dijo “¡Lúcia, di algo! ¿Que no ves que la Señora está aquí y quiere hablarte?”. Entonces Lúcia se dirigió a la aparición con la misma frase con la que comenzaba sus peculiares entrevistas con la entidad: “¿Qué es lo que vuestra Merced desea de mí?”.

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La Señora volvió a solicitarles que acudieran el día 13 de cada mes y que continuaran rezando el rosario para traer paz al mundo y el fin de la guerra. Lúcia recordó que algunos peregrinos le habían pedido que rogara a la Madre de Dios por ayuda y cura. “Me gustaría pedirle que nos diga quién es Usted y que realice un milagro para que todos crean que Usted se nos aparece”, le dijo la niña. “Sigan viniendo todos los meses. En octubre les diré quién soy y qué quiero y también realizaré un milagro, de modo que todos quienes lo vean, crean”, contestó la Señora. Después de prometer el milagro para octubre, a los niños (por lo que parece, sólo a Lúcia y Jacinta) les fueron revelados los que llegaron a ser conocidos como los Tres Secretos de Fátima. Este es un tema que por sí solo daría para escribir un extenso artículo, así que no me referiré a él en detalle. Sólo diré que el Primer Secreto fue una visión del infierno y el Segundo, la revelación de que la guerra terminaría, pero que “si la gente no deja de ofender a Dios, otra guerra más terrible aún comenzará durante el reinado de (el Papa) Pío XI” y que para impedir que eso sucediera, Ella vendría a solicitar la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, porque, de otro modo, “Rusia propagará sus errores por el mundo, comenzando guerras y persiguiendo a la Iglesia”(6). El Tercer Secreto de Fátima estuvo envuelto en el misterio durante décadas porque fue una de las informaciones más celosamente guardadas por el Vaticano. Muchas leyendas alarmistas circularon en torno a él, pero finalmente la Santa Sede entregó una versión en 2000, que hablaba del  asesinato de un “obispo vestido de blanco” y de otros dignatarios de la Iglesia. Lúcia y los miembros del clero con los que compartió el Secreto creían que el “obispo vestido de blanco” era el Papa, y Juan Pablo II está convencido de que la Virgen de Fátima le salvó la vida durante el atentado que sufrió el miércoles 13 de mayo de 1981 (cuando se cumplían exactamente 64 años desde la primera aparición de la Señora) en la Plaza de San Pedro, en Roma, y que de ese modo cambió su destino. Pero volviendo a los eventos del 13 de julio de 1917, después de confiar las tres profecías, la Señora se retiró. En ese momento “escuchamos un fuerte trueno y el pequeño arco de madera, del que colgaban dos linternas, tembló como si se hubiera producido un terremoto. Lúcia, que aún estaba de rodillas, brincó rápidamente, apuntó hacia el cielo y gritó ‘¡Allá va! ¡Allá va!’”, relató posteriormente Manuel Pedro Marto(7).

El secuestro de los videntes

Los incidentes en Cova da Íria comenzaron a ser publicados en los periódicos de Portugal, llamando la atención de más fieles y curiosos, pero también de más escépticos. Uno de los principales enemigos de las apariciones fue Arturo d’Oliveira Santos, masón, editor de un periódico republicano local y alcalde de Vila Nova da Ourém, a cuyo distrito pertenece Fátima. Tres días antes de la cuarta aparición, Santos se reunió con los padres de los videntes y con Lúcia, sin conseguir que la niña le revelara el Tercer Secreto. El 13 de agosto en la mañana acudió al lugar de las apariciones —donde se habían congregado unas 18 mil personas(8)— y, tras engañar a los niños, los llevó a Ourém. Fue por eso que los pequeños faltaron a su cita de agosto. Mientras los pastorcillos estaban en Ourém, en Cova da Íria un trueno, seguido por un relámpago, marcó la llegada de la Señora. Los que estaban más cerca de la encina de las apariciones se retiraron un poco, asustados, y algunos testigos dijeron haber visto una pequeña nube, muy blanca y delicada, que se posó sobre el árbol por un momento, para después elevarse y desaparecer. “Cuando miramos alrededor, todos vimos lo mismo, que volvió a suceder durante los meses venideros. Nuestros rostros reflejaban los colores del arcoiris: rosa, rojo y azul. Los árboles parecían tener brotes en vez de hojas, como si cada hoja se hubiera transformado en una flor. La tierra brilló con todos los colores, al igual que las nubes…”, escribió posteriormente María Carreira(9).

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Jacques Valleé

Según el autor franco-estadounidense Jacques Vallée, astrónomo, doctor en ciencias de la computación y uno de los ufólogos (de UFO, la sigla inglesa para OVNI) más lúcidos, influyentes y respetados, durante una investigación canónica sobre los hechos del 13 de agosto de 1917, Manuel Pedro Marto declaró bajo juramento haber visto claramente un “globo luminoso girando por las nubes”. “Los testigos también presenciaron la ‘caída de flores’, el famoso fenómeno de los ‘cabellos de ángel’ tantas veces reportado luego del paso de un OVNI e interpretado a veces como un efecto de ionización”, agrega Vallée (10). Mientras tanto, los videntes aún se encontraban secuestrados en Ourém. Cuando se dio cuenta de que los pequeños no le confiarían su secreto, Santos los llevó de vuelta a Fátima el 15 de agosto. Cuatro días después, mientras hacían pastar a sus ovejas en un campo conocido como “Valinhos” (“Vallecitos”), cerca de Aljustrel, a eso de las cuatro de la tarde, la entidad se les presentó de nuevo, reiterando que no dejaran de rezar el rosario y confirmando que un “gran milagro” tendría lugar durante su última aparición. Según se supo después, al mismo tiempo que los niños tenían su cuarto encuentro con la Señora en Valinhos, en Aljustrel se registró un fenómeno atmosférico peculiar, muy parecido a lo visto en Cova da Íria el 13 de agosto. Algunos testigos —entre los que se encontraban Theresa dos Santos, hermana de Lúcia, y su marido— aseguraron que la temperatura disminuyó notablemente y que el Sol se tornó de varios colores, reflejando esos espectros en objetos cercanos y en las ropas de quienes presenciaron el fenómeno.

El encuentro de septiembre

La aparición del 13 de septiembre de 1917 fue una de las más memorables. Alrededor de 30 mil personas(11) coparon los caminos rurales que llevaban a Fátima para asistir ese día a Cova da Íria. Entre ellos se encontraban dos sacerdotes que habían acudido con una gran cuota de escepticismo para comprobar de primera mano qué estaba sucediendo en el lugar. Hesemann identifica a uno de ellos como “un alto dignatario de la Iglesia, monseñor Joao Wuaresma”(12). Hacia el mediodía reinaba un silencio que sólo era interrumpido por los murmullos de oraciones. Pero repentinamente se alzaron voces de gozo y alabanzas hacia la Santísima Virgen, mientras muchos apuntaban hacia cierto punto del cielo despejado, sin ninguna nube. “De pronto, para mi gran sorpresa, vi claramente una esfera brillante desplazándose majestuosamente por los cielos, moviéndose de este a oeste. Mi amigo (el sacerdote que lo acompañaba) también tuvo la buena fortuna de ver esta maravillosa e inesperada aparición. Repentinamente, la esfera desapareció y sólo quedó una luz muy inusual”, Hesemann cita diciendo a “monseñor Wuaresma”. Posteriormente, el testigo advirtió que una niña que estaba cerca de él aún veía la esfera y dijo que estaba descendiendo. Durante el encuentro, los pastorcillos volvieron a ver a la Señora en el centro del globo de luz, quien les reiteró que continuaran rezando el rosario, dijo que Dios estaba complacido con sus sacrificios y, ante una nueva petición de Lúcia para que curara a los enfermos, aseguró que sanaría sólo a algunos. Antes de retirarse, volvió a anunciar un milagro para octubre y después, de acuerdo al relato de monseñor Wuaresma citado por Hesemann, otro menor apuntó al cielo, gritando que la esfera se estaba retirando. “Los niños habían visto a la misma Madre de Dios, mientras que a nosotros sólo se nos permitió ver el vehículo que la trajo del cielo”, agrega el prelado(13). Tanto Vallée como Hesemann consignan que muchos de los presentes fueron testigos de la caída de “pétalos de rosa”, que desaparecían apenas llegaban al suelo.

La danza del Sol

La mañana del 13 de octubre de 1917 no parecía muy promisoria. Pero a pesar de la llovizna y de las negras nubes que cubrían el firmamento, entre 50 mil y 70 mil peregrinos llegaron a Fátima para presenciar el milagro que había prometido la Señora.

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A duras penas, un grupo de creyentes locales abrió paso para que los niños llegaran hasta la encina de las apariciones. En muchos había aumentado la incredulidad porque ya era pasado el mediodía y aún no sucedía nada, cuando Lúcia aseguró que había visto el relámpago y que la Señora venía. Ante la maravillosa visión, los tres niños se arrodillaron y Lúcia preguntó por última vez a la aparición: “¿Qué es lo que vuestra Merced desea de mí?”. La entidad dijo que quería que en el lugar se construyera una capilla en su honor, tras lo cual se identificó como “la Señora del Rosario”. A continuación volvió a pedir a los pastorcillos que siguieran rezando el rosario todos los días y agregó que la guerra terminaría y que los soldados volverían pronto a sus casas. Poco después, la aparición se elevó lentamente y se perdió en dirección al Sol. Y fue entonces cuando ocurrió el fenómeno más recordado de los eventos de Fátima: la “danza del Sol”, término acuñado por el sacerdote Joseph Pelletier, autor, precisamente, del libro El Sol Danzó en Fátima —uno de los textos más completos sobre los hechos acaecidos en Cova da Íria—, en el que se basaron Vallée y Hesemann (aunque éste último no menciona sus fuentes). Sacerdotes, laicos, analfabetos, hombres de ciencia, creyentes y escépticos vieron y describieron al Sol abriéndose paso entre las nubes, realizando fantásticas evoluciones, cambiando de color y asustando a los peregrinos. La mayoría de los textos sobre el milagro de Fátima incluyen el testimonio “autorizado” de un científico, el profesor Almeida Garrett, catedrático de la Universidad de Coimbra. Según el testimonio del doctor Almeida Garrett, poco después de las 13:30 horas escuchó “gritos provenientes de miles de personas” y vio que “la muchedumbre se había retirado de la encina y ahora todos miraban en dirección opuesta, hacia el cielo”. “El Sol, que había estado escondido detrás de las oscuras nubes, salió y brilló. Miré en la misma dirección y vi al Sol, claramente definido y radiante, pero no me hirió los ojos. No estoy de acuerdo con la descripción, que escuché bastante en Fátima, de que el Sol parecía un disco de color plateado oscuro. Su color era más intenso, más claro y más brillante. No se parecía para nada a la Luna en una noche clara. No era esférico como la Luna y no tenía el mismo color. Parecía una rueda resplandeciente hecha de madreperla. Tuve la impresión de que se trataba de un ser vivo”, relata.

“Descripciones de ‘opaco’, ‘difuso’ o ‘velado’ no se aplican a este disco. (El fenómeno) irradiaba luz y calor y tenía contornos claramente definidos… El Sol no se quedó en su lugar, sino que comenzó a dar vueltas a gran velocidad. De pronto, gritos de terror se elevaron desde la multitud. Parecía como si el Sol, girando de forma salvaje, se hubiera desprendido del cielo y se dirigiera hacia la tierra, como si nos fuera a abrasar con su fuego. Esos fueron momentos terroríficos. Durante este fenómeno solar, los colores de la atmósfera fueron cambiando”, agrega el doctor Almeida Garrett, tras lo cual describe cómo los objetos y personas a su alrededor adquirían tonalidades rojizas, púrpuras, azules y amarillas, antes de que las cosas volvieran a la normalidad(14). Miles de personas gritaron y lloraron y otros se arrodillaron, confesando sus pecados a viva voz. Muchos no creyentes se convirtieron. Al cabo de alrededor de diez minutos todo había terminado. Aún incrédulos ante lo que habían visto, cientos de personas notaron que el suelo y sus ropas, hasta hacía sólo un momento empapados por la lluvia, ahora estaban secos. De esa forma, la Señora cumplió con el milagro que había prometido. También se cumplieron sus otras profecías. La Primera Guerra Mundial terminó al año siguiente, pero otra peor comenzó en 1939, el mismo año en que murió el Papa Pío XI.

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Pero las profecías también se cumplieron para los pequeños videntes. Entre octubre y diciembre de 1918, Francisco y Jacinta contrajeron la influenza española. El 4 de abril de 1919, Francisco falleció a la edad de diez años, como consecuencia de una neumonía severa. Jacinta murió el 20 de febrero de 1920, sin haber alcanzado a cumplir los diez años. El 12 de septiembre de 1934 los restos de Francisco y Jacinta fueron enterrados juntos. Se dice que cuando exhumaron el cuerpo de Jacinta para realizar esta operación, se comprobó que éste se encontraba incorrupto. Ambos niños fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II en 2000. Lúcia eligió la vida contemplativa. El 17 de junio de 1921 entró al Colegio de la Orden de Santa Dorotea, congregación en la que fue aceptada el 24 de octubre de 1925. El 13 de mayo de 1948 se unió a la Orden de las Monjas Carmelitas y vivió enclaustrada en un convento de Coimbra, al norte de Portugal, la mayor parte de su vida. En ocasiones recibió a altos dignatarios de la Iglesia y en dos o tres oportunidades salió del claustro para reunirse con el Papa durante visitas que distintos Pontífices han realizado al santuario de Fátima. La hermana María Lúcia del Inmaculado Corazón, que fue el nombre que adoptó al entrar en la Orden de las Monjas Carmelitas, falleció el domingo 13 de febrero de 2005, a los 97 años.

Fátima bajo la lupa ufológica

Para los primeros ufólogos, los cincuenta y los sesenta fueron décadas movidas, pues durante aquellos años estuvieron muy atareados reuniendo antecedentes sobre avistamientos de objetos volantes de origen desconocido —y los esporádicos informes sobre aterrizajes de los mismos— que estaban haciendo de las suyas, al parecer principalmente en Europa, Norteamérica y Sudamérica. Pero las apariciones de Fátima los inquietaban. Había algo sospechosamente familiar en los testimonios más detallados de los testigos de 1917. De ese modo, a fines de los sesenta el escritor Paul Misraki enunció la posibilidad de que la “danza del Sol” de Fátima hubiera sido obra de un “platillo volante”. La idea no parece tan descabellada si se toma en cuenta la siguiente declaración emitida por la Iglesia en octubre de 1930, luego de 13 años de laboriosa investigación sobre lo acontecido en Fátima. “El fenómeno solar del 13 de octubre de 1917, descrito en la prensa de la época, fue maravilloso y causó una gran impresión en aquellos que tuvieron la felicidad de presenciarlo… Este fenómeno, que no fue registrado por ningún observatorio astronómico y que por lo tanto no fue natural, fue visto por personas de todas las categorías y clases sociales, creyentes y no creyentes, periodistas de los principales periódicos portugueses e incluso por personas a algunas millas de distancia. Hechos que descartan cualquier explicación basada en una ilusión colectiva”(15). Es decir, la “danza del Sol” fue un fenómeno local, observado sólo desde Cova da Íria y los pueblos aledaños. Aquel día el Astro Rey no se movió desde su lugar en el espacio. A fines de los setenta, la doctora Fina d’Armada y el historiador Joaquim Fernandes, investigadores portugueses, comenzaron a indagar sobre el asunto y volcaron sus conclusiones en un libro que titularon Intervençao Extraterrestre em Fátima, tomando partido por una interpretación “extraterrestre” para explicar los eventos de Cova da Íria.

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El desaparecido escritor catalán Antonio Ribera y Jordá, considerado el “padre” de la ufología iberoamericana, comenta en su libro Encuentros con Humanoides que el principal aporte de Fina d’Armada al estudio de las apariciones de Fátima es que ella investigó “de primera mano” y tuvo acceso a los “archivos Formigao”, dejados por el canónigo doctor Manuel Formigao, uno de los pocos que logró ganarse la confianza de los videntes y que el 27 de septiembre de 1917 los interrogó latamente sobre sus visiones. A partir de esa fuente, Fina d’Armada construyó un “retrato-robot” de la entidad, que no se parece mucho a la imagen “oficial” de Nuestra Señora de Fátima, la cual, según Ribera, “es obra del imaginero J. Thedim, quien se inspiró en una imagen de Nossa Senhora da Lapa y no en las descripciones de Lúcia”(16). “Entre los acontecimientos de Fátima se cuentan esferas luminosas, luces de colores extraños, una sensación de ‘ondas cálidas’, todas ellas características físicas que comúnmente se asocian con los OVNIs. Entre ellas se incluye hasta el típico movimiento de ‘caída de hoja’ del platillo que zigzaguea en el aire. Sin embargo, también abarcan curaciones y profecías y la pérdida de la conciencia ordinaria por parte de los testigos… que es lo que hemos llamado el componente psíquico de los avistamientos de OVNIs”, afirma Vallée en su análisis del caso(17). El doctor Vallée también nos recuerda que, aunque el encuentro del 13 de mayo de 1917 fue el primero entre los videntes y la Señora, sus visiones sobrenaturales comenzaron varios meses antes, especialmente en el caso de Lúcia. “En abril de 1915, cuando Lúcia tenía ocho años, se encontraba recitando el rosario cerca de Fátima cuando vio una nube blanca transparente y una forma humana. Ese episodio tuvo lugar una vez más durante ese año y se repitió una tercera vez en octubre. Pero al año siguiente, en 1916, Lúcia fue visitada tres veces por el ángel”, escribe Vallée, quien por segunda vez aborda las apariciones de Fátima en su libro Dimensions(18), el primero de una trilogía excepcional en la que el científico resume sus investigaciones y conclusiones luego de décadas de investigación del Fenómeno OVNI.

La primera visión de 1916 tuvo lugar durante el primer trimestre de ese año. Lúcia se cobijaba de la lluvia junto a dos de sus primos(19) en una cueva del monte Loca do Cabeso. Después de comer su colación, la lluvia había cesado y los niños jugaban en la entrada de la cueva, cuando escucharon el rumor de un viento poderoso —otra constante del comportamiento de los OVNIs, advierte Vallée— y vieron una luz blanca que se desplazaba por el valle, sobre la copa de los árboles. Dentro de la luz había un joven que aparentaba unos 14 o 15 años, de admirable belleza, que se acercó a ellos y les dijo: “No teman. Soy el ángel de la paz. Oren conmigo”, tras lo cual les enseñó una plegaria que los niños repitieron una y otra vez, como en trance, hasta quedar exhaustos. El segundo encuentro con el ángel ocurrió al mediodía de una calurosa jornada de verano de 1916. La entidad se les apareció de pronto, llamándoles la atención y conminándolos a rezar mucho y a hacer sacrificios en sus vidas diarias. “Los niños quedaron paralizados. Sólo cerca del crepúsculo recuperaron sus sentidos y comenzaron a jugar de nuevo. Como en el caso anterior, los testigos no quisieron discutir lo sucedido, ni siquiera entre ellos”, revela Vallée(20). Este efecto de parálisis es uno de los elementos más característicos —aunque no necesariamente constante— de los encuentros cercanos con OVNIs. El ángel se apareció a los niños una vez más durante el tercer trimestre de 1916. En esa ocasión les dio la comunión.

Bien. Tenemos evoluciones de un globo de luz, fuertes estruendos, zumbidos misteriosos, entidades luminosas, encuentros previos con un “ángel” y la caída de los fils de la Vierge, los “hilos de la Virgen” o “pétalos de rosa” vistos en Fátima, todas características asociadas con los avistamientos modernos de OVNIs, como ya se ha dicho. Pero para trazar un paralelo, revisaremos dos casos en que llovieron filamentos blancos… pero no durante una aparición de la Santísima Virgen María, sino después del paso de formaciones de OVNIs.

Las “marchas aéreas” de Oloron y Gaillac

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En su libro The Truth about Flying Saucers(21), el difunto ingeniero en sonido, matemático y escritor científico francés Aimé Michel, un verdadero pionero en el estudio de informes sobre avistamientos de OVNIs, relata dos apariciones de objetos desconocidos en el sudoeste de Francia, que dejaron a su paso “hilos de la Virgen” o “telarañas”, como él las llama. El primero de estos avistamientos tuvo lugar el 17 de octubre de 1952 en la ciudad de Oloron, a las 12:50 horas. Michel cita el testimonio del señor Yves Prigent, inspector general de la secundaria de Oloron, que junto a su familia pudo observar el fenómeno desde la ventana de su departamento cuando se preparaban para almorzar. Los Prigent dijeron haber observado un cilindro angosto, aparentemente inclinado en 45 grados, moviéndose lentamente hacia el sudoeste, a una altura estimada de dos a tres kilómetros. “El objeto era blanco, opaco y muy definido. Una especie de penacho de humo blanco escapaba de su extremo superior. A cierta distancia frente al cilindro, alrededor de otros 30 objetos seguían la misma trayectoria. A ojo desnudo, parecían bolas de humo, pero al observar con pequeños binoculares pude distinguir una esfera roja central, rodeada de una especie de anillo amarillo inclinado… Estos ‘platos’ se movían en par, siguiendo una trayectoria quebrada, que se caracterizaba en general por rápidos y cortos zigzags. Cuando dos platos se alejaban uno del otro, se producía un rayo blanco entre ellos, como un arco eléctrico”, relata el señor Prigent, citado por Michel(22). “Todos estos extraños objetos dejaron una abundante estela, que empezó a caer al suelo en la medida en que se iba dispersando. Durante varias horas, montones de ese material estuvieron colgados de los árboles, del tendido eléctrico y sobre los techos de las casas”, agrega el testigo. A diferencia de Fátima, en que los “pétalos de rosa” desaparecían al llegar al suelo, en este caso los testigos pudieron examinar puñados del material. Según Michel, las fibras se asemejaban a la lana o al nylon. Cuando se las convertía en una bola, se volvían gelatinosas rápidamente, tras lo cual se evaporaban en el aire y desaparecían. Otros testigos citados por Michel dijeron que al prendérseles fuego, las fibras se quemaban como el papel celofán.

Cerca de las 17:00 horas del 27 de octubre de 1952, el fenómeno volvió a repetirse sobre los cielos de Gaillac. A esa hora, la señora Daures salió a su corral, alertada por el ruidoso alboroto que estaban haciendo sus gallinas. Al levantar la vista al cielo vio lo mismo que habían observado los habitantes de Oloro diez días antes. Inmediatamente, la señora Daures llamó a su hijo y a tres vecinos. Según Michel, otros habitantes de Gaillac también se habían percatado del fenómeno, que fue observado por un total de “cerca de cien testigos conocidos”(23). Las descripciones eran casi idénticas a lo visto en Oloron: un cilindro del que escapaba un penacho de humo, inclinado en 45 grados, viajando lentamente hacia el sudeste en medio de una veintena de “platos”  que relucían al Sol y volaban de dos en dos en rápidos movimientos en zigzag. “La única diferencia (con lo visto en Oloron) es que en este caso algunos pares de platos ocasionalmente descendían bastante bajo, a una altura estimada por los testigos en unos 300 o 400 metros. El espectáculo duró cerca de 20 minutos, hasta que el cigarro y sus platos desaparecieron en el horizonte”, precisa Michel. Tras el paso de los objetos, montones de hilos blancos cayeron sobre Gaillac, y ese material exhibió las mismas propiedades que el recogido días antes en Oloron. Finalmente, Michel da cuenta de otros dos casos muy similares, pero en Estados Unidos. El primero ocurrió el 22 de octubre de 1954 en Jerome, Ohio, donde un objeto en forma de cigarro emitió un chorro de “cabellos de ángel” mientras sobrevolaba la zona, y el segundo tuvo lugar el 27 de octubre de 1955 en Whitsett, Carolina del Norte, donde varios testigos observaron grandes cantidades de “cabellos de ángel” cayendo al mismo tiempo que alrededor de diez objetos que parecían “resplandecientes bolas de acero” sobrevolaban el área.

La mujercita de El Salto

Pero no es necesario bucear por la casuística de otros países para encontrar episodios con características similares a las apariciones de Fátima. Existe un caso chileno que, por sus circunstancias y características, tiene un cierto parecido a las manifestaciones de Fátima, guardando las proporciones, claro está. Ocurrió el domingo 9 de noviembre de 1968 en el barrio capitalino de El Salto y sus protagonistas fueron las hermanas Afrodit y Eugenia Lovazzano El-Far, de 12 y 9 años, respectivamente.

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Según lo publicado por El Mercurio(24) dos días después del suceso, a las 23:30 horas del domingo en cuestión, cuando se encontraban jugando en la puerta de su casa, las pequeñas vieron de pronto “una gran bola de fuego que venía de los cerros y que llegaba hasta frente a la puerta de su casa”. La primera en percatarse del fenómeno fue Afrodit, quien le avisó a su hermana. “Estaba en la puerta de la casa, con la bicicleta, cuando una luz roja se asomó en el cerro. Era como una estrella incandescente que brillaba con gran intensidad. Era una luz como gelatinosa que de roja se cambió en verde claro. Dentro de la bola había una mujercita que tenía una gran boca, la que movía mucho… No tenía sino esa boca que nos llamaba y unas orejas puntiagudas, como las de los duendes”, relató Afrodit a El Mercurio. Recuérdese que durante la aparición del 13 de septiembre de 1917, la Señora de Cova da Íria también se presentó en un “globo” o “esfera de luz”, que fue vista por varios testigos, y nótese que, al menos durante los primeros encuentros, Francisco sólo veía moverse los labios de la entidad, sin escuchar sus palabras, como parece haber ocurrido también en el caso de El Salto. Posteriormente, Afrodit y Eugenia afirmaron que “la mujercita” se acercó a Afrodit y que cuando la niña quiso huir, fue sujetada “por una especie de fuerza o ventosa” que le levantó la blusa y la sostuvo en el aire. Las niñas agregaron que “la fuerza” las soltó cuando llegaron a la puerta de la cocina, pero Afrodit quedó con dolor de oídos y en su cintura, donde sufrió rasguños, además de una afonía que aún la aquejaba cuando conversó con El Mercurio. El periódico logró determinar que otra niña de 12 años, Mónica Patricia Lagos, también vio la aparición, que describió como “una bola de fuego, como ‘una pompa iluminada’, que se movía para todos lados y (que) después desapareció como si hubiera estallado”.

Hace 90 años, en Fátima ocurrió algo extraordinario, sobrenatural, interpretado en términos religiosos. Los casos OVNI que cito en este artículo son sólo una muestra de miles de eventos similares que han ocurrido en todos los rincones del mundo y en todas las épocas, que comparten muchas de las características de lo sucedido en Cova da Íria, pero que no necesariamente han sido interpretados a través de un prisma religioso. Al mismo tiempo, este artículo es un llamado a investigar este tipo de fenómenos con una mentalidad abierta, sin juicios preconcebidos, para intentar llegar a comprender a la escurridiza inteligencia que parece estar detrás de muchas de estas manifestaciones.


1 Michael Hesemann, The Fatima Secret, Dell Publishing, Nueva York, 2000.

2 Íbid, página 49.

3 Íbid, páginas 55-56.

4 Jacques Vallée, El Colegio Invisible, Editorial Diana, México D.F., primera edición, abril de 1981, página 148.

5 Hesemann, op. cit., páginas 60-61.

6 Íbid, páginas 62-63.

7 Íbid, página 63.

8 Vallée, op. cit., página 148.

9 Hesemann, op. cit., páginas 69-70.

10 Vallée, op. cit., página 147.

11 Íbid, página 148.

12 Hesemann, op. cit., página 76.

13 Íbid, páginas 77-78.

14 Íbid, páginas 93-95.

15 Vallée, op. cit., página 144.

16 Antonio Ribera, Encuentros con Humanoides, Editorial Planeta, Barcelona, 1982, páginas 37-39.

17 Vallée, op. cit., páginas 144-145.

18 Jacques Vallée, Dimensions, Ballantine Books, Nueva York, cuarta edición, julio de 1992, página 178.

19 Hesemann identifica a esos niños como Francisco y Jacinta. Vallée sólo dice que Lúcia se encontraba junto a “dos de sus primos”. En todo caso, la participación de Lúcia es incuestionable.

20 Vallée, op. cit., página 179.

21 Aimé Michel, The Truth about Flying Saucers, Pyramid Books, Nueva York, segunda edición, marzo de 1974.

22 Michel, op. cit., páginas 153-159.

23 Íbid.

24 “Extraña Visión de Dos Niñas Causa Impresión en El Salto”, El Mercurio, martes 12 de noviembre de 1968. Mi más sincero agradecimiento a la señora Liliana Núñez Orellana, una esforzada y honesta investigadora chilena, que gentilmente me facilitó la información de prensa sobre este caso.

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