Construida en 1946 bajo el período de Joseph Stalin, esta base aérea fue el sitio donde la Unión Soviética testeó misiles y bombarderos durante la Guerra Fría. Pero también hay teorías que hablan de la presencia de ovnis en sus hangares. ¿Qué secretos esconde este lugar? Guillermo Tupper.
El 20 de julio de 1969, Sergei Khrushchev (80) se encontraba en Chernóbil (Ucrania) cuando el Apolo 11 llegó a la luna. En aquella época la localidad no era famosa por su central nuclear, sino por sus bellas playas y bosques. Uno de los amigos de Khrushchev era un oficial de inteligencia que tenía un pequeño telescopio. “Miramos por el telescopio pero no vimos a ningún americano en la luna”, cuenta, entre risas. “(En los días posteriores) el ánimo en el programa espacial soviético era distinto. Por un lado, todos eran ingenieros y podían juzgar que otras personas habían hecho un gran trabajo. Pero, por el otro, estaban enojados, porque se preguntaban: ‘¿por qué ellos y no nosotros?’ Es parte de la naturaleza”.
Como hijo de Nikita Khrushchev —el Primer Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964—, Sergei fue un testigo de primera fuente del auge y posterior caída de la Unión Soviética. Tras radicarse en Estados Unidos en 1991, ha escrito varios libros que testimonian el legado de su padre como “Nikita Khrushchev y la creación de un superpoder” (2000). “Lo amo porque es mi padre y también tengo una opinión muy alta de su rol como líder mundial”, admite. “Si eres el hijo de una personalidad así, tienes la publicidad y hay muchas restricciones. Te dicen ‘no debes hacer esto, no debes hacer esto otro. Recuerda que eres hijo de Khrushchev y debes comportarte de esta manera. De lo contrario, va a afectar su imagen’”.
A diferencia de su padre, Sergei no eligió una carrera política, sino que se dedicó a la ingeniería y posteriormente a la docencia (hasta su retiro, fue profesor de la Universidad Brown, en Estados Unidos). En su juventud, y tras egresar del Power Engineering Institute de Moscú, empezó a trabajar en la oficina de diseño de Vladímir Cheloméi —uno de los principales científicos e ingenieros de cohetes de la era soviética— como ingeniero en el departamento de sistemas de guía. En los años 50 y 60 participó en el programa soviético espacial y de misiles, lo que incluyó trabajos en la fabricación de misiles crucero para submarinos, vehículos lunares y el cohete “Protón”, un potente lanzador que, desde 1965, ha sido empleado para situar en órbita a distintos tipos de satélites.
Dada su experiencia, Khrushchev conoció de cerca Kapustin Yar, la base aérea rusa ubicada a unos 100 kilómetros de la antigua Stalingrado —actual Volgogrado— y que fue construida en el período de Joseph Stalin para desarrollar los primeros misiles balísticos, bombarderos de largo alcance y pruebas nucleares. A pesar de que este cosmódromo sigue activo, sus actividades siempre han estado rodeadas de misterio. “(En Kapustin Yar) empezamos a desarrollar los misiles de crucero”, afirma Khrushchev. “¿Por qué es un lugar secreto? Porque todos los lugares de estas características tienen esa categoría. En Estados Unidos tenían distintas locaciones secretas donde testeaban misiles y en la URSS era lo mismo. ¿Cómo podían ser abiertos si cada departamento de inteligencia trataba de hacer lo más difícil posible la recolección de información por parte del adversario?”.
El secretismo en torno a Kapustin Yar ha sido el caldo de cultivo para ufólogos y fanáticos de las conspiraciones, quienes teorizan acerca de la presencia de ovnis en el subterráneo de la base. Según cuenta el mito, el primero de ellos habría sido derribado en 1948, un año después del famoso caso Roswell, tras una batalla aérea con un caza soviético. Si bien la historia no tiene ningún asidero, los supuestos avistamientos de naves alienígenas durante la carrera espacial han inspirado incontables libros y programas e ciencia ficción. Una de las fuentes recurrentes es la cosmonauta rusa Marina Popovich, quien asegura haber visto objetos desconocidos en sus expediciones y hasta escribió un libro sobre el tema (“Glasnost Ovni” del 2003).
“Hubo muchos casos de encuentros aéreos con ovnis en el cielo sobre Kapustin Yar”, señala Mikhail Gershtein, ex presidente de la Comisión OVNI de la Sociedad Geográfica Rusa. “Uno de estos casos fue incluido en el llamado ‘Expediente azul’, el dossier ovni de la KGB que fue revelado en 1991, justo después del colapso de la Unión Soviética. En la noche del 28-29 de julio de 1989, objetos desconocidos con forma de disco fueron reportados por personal de la armada soviética en un depósito de armas y otra base militar del distrito. Tenían entre 2 y 5 metros de diámetro, con una media esfera en la parte superior, que se iluminaba brillantemente. El comando llamó a un avión caza, pero este era incapaz de verlo en detalle, porque el ovni no permitió que la aeronave se acercara a él”.
Las tensiones de la Guerra Fría
En los albores de la Guerra Fría, la Unión Soviética se enfrentó a una disyuntiva nada sencilla. Por un lado, necesitaban invertir en armamento para contener una posible agresión de los Estados Unidos. Por el otro, no podían igualar la inversión de los norteamericanos porque su economía era tres veces más pequeña. “Mi padre dijo que teníamos que encontrar puntos críticos que nos dieran la posibilidad de contrarrestarlos y, al mismo tiempo, sacar adelante nuestras prioridades como la agricultura e invertir en los programas de vivienda”, relata Sergei Khrushchev. “Después de una conversación con un experto, él (Nikita Khrushchev) llegó a la conclusión de que, si teníamos misiles intercontinentales que pudiesen atacar su territorio, ellos nunca nos atacarían y nosotros no tendríamos que invertir en una fuerza aérea o una marina de guerra”.
Sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética se apoderaron la avanzada tecnología de cohetes diseñada por los nazis. Cada uno se lanzó en una carrera para entender cómo funcionaba esta tecnología y cómo, a partir de ella, podían manufacturar y desplegar sus propios cohetes. Mientras los norteamericanos y británicos hicieron sus pruebas en localidades como White Sands Missile Range —una enorme instalación militar ubicada al sur de Nuevo México—, sus rivales hicieron lo propio en Kapustin Yar, una base construida en 1946 en el extremo norte de la región de Astracán.
“Decidieron construir (la base) ahí porque era un área muy poco poblada”, señala Khrushchev. “En un comienzo, exploraron algunos lugares de Ucrania, incluso en Crimea, pero luego se dieron cuenta de que tendrían que relocalizar muchos pueblos. En cambio, aquí tenías desierto, tenías los aviones y no había nadie”.
En ambos países, el punto de partida para desarrollar la tecnología de misiles fue el V-2, el primer misil balístico guiado de largo alcance fabricado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Tras el final del conflicto, varios ingenieros alemanes fueron reclutados por las dos potencias de la Guerra Fría. “Los estadounidenses llevaron a su país más científicos e ingenieros, incluyendo a Wernher von Braun, y también tenían doscientos o trescientos misiles totalmente ensamblados que empezaron a testear”, relata Khrushchev. “La Unión Soviética no era tan así, solo tenía un grupo de ingenieros de segunda y tercera categoría que podían ayudar y apenas una parte de esos misiles se podían ensamblar. La fuerza líder en el desarrollo de misiles en Estados Unidos eran diseñadores alemanes. En la URSS, el guía era Serguéi Koroliov, que empezó a trabajar en la tecnología de misiles justo antes de la Segunda Guerra Mundial”.
Los misiles de crucero
Conocido mundialmente por diseñar el misil R-7 —el mismo que lanzó al Sputnik 1, el primer satélite artificial ruso— Koroliov fue una figura clave en el programa espacial y de misiles soviético. Sin embargo, él competía con otros diseñadores que diferían en sus métodos y tipos de propulsores. Uno de ellos era Mikhail Yangel: mientras Koroliov usaba el oxígeno y queroseno, Yangel optó por el ácido nítrico para fabricar misiles como el SS-4 y el R-14, el que fue estacionado en Cuba durante la “Crisis de los misiles”. Otro miembro ilustre del club era el ya mencionado Cheloméi, quien diseñó misiles de crucero y, posteriormente, misiles balísticos como el UR-100.
En medio de las crecientes tensiones de la guerra, los misiles de crucero con cabezas nucleares fueron vistos por los rusos como el arma de cabecera para atacar a los grupos de batalla de los portaaviones estadounidenses. “Fue una decisión revolucionaria y, en esa época, los rusos estaban 15 años adelantados a Estados Unidos”, postula Khrushchev. “Ellos solo alcanzaron el mismo nivel de tecnología en los años 70, con el Tomahawk. Pero esto fue en los años 50”.
Con varios científicos compitiendo el uno con el otro, Kapustin Yar se convirtió en un escenario recurrente para el lanzamiento de cohetes de prueba. Esta localidad no tardó en llamar la atención de la inteligencia estadounidense y británica. “Ellos (los estadounidenses) enviaban aviones de reconocimiento —como el U2— para intentar descifrar qué estaban haciendo”, señala Tim Brown, miembro senior de GlobalSecurity.org, un sitio especializado en la interpretación de imágenes áreas y satélites. “También usaban satélites de reconocimiento como el KH-4 Corona para monitorear lo que estaba pasando”.
Al comienzo, Khrushchev reconoce que no había una confianza real entre su padre y John Kennedy. Esta solo mejoró después de la Crisis de los Misiles en Cuba y la firma del Tratado de Prohibición Parcial de Pruebas Nucleares. En agosto de 1963, durante una cita con el embajador soviético, el presidente estadounidense sugirió la idea de unir fuerzas para hacer una expedición conjunta a la luna entre ambos países. “Mi padre respondió que sí. Ambos empezaron a pensar en esta idea pero, en octubre de ese año, Kennedy fue asesinado”, relata Khrushchev. “Los dos defendían los intereses de sus pueblos, pero sabían que debían trabajar juntos y prevenir la guerra. Creo que, si Kennedy no hubiese muerto y Khrushchev no hubiese sido removido del poder en 1963, hubiesen contribuido a poner fin a la Guerra Fría no en los años 80, sino que en los 60”.
El Roswell ruso
La leyenda dice así: el 19 de junio de 1948 —menos de un año después del incidente de Roswell— un piloto que sobrevolaba la base de Kapustin Yar avistó un objeto plateado desconocido con forma de cigarro. Tras recibir órdenes de la torre de control, el piloto disparó un misil que logró derribar a la nave. “Los equipos de recuperación soviéticos rápidamente recogieron los restos y los llevaron a la instalación subterránea en Kapustin Yar, que fue nombrada irónicamente Zhitkur, al igual que la antigua ciudad ubicada no muy lejos de la base”, asegura el ufólogo Philip Mantle, co-autor del libro “El incidente Roswell de Rusia”.
No sería todo: en los años siguientes, Kapustin Yar habría recibido a más platillos voladores caídos o capturados a lo largo del territorio ruso. Según cuentan algunos adictos de las conspiraciones, estos hangares albergan, al menos, cinco naves no identificadas que han sido examinadas por importantes científicos. Otros teorizan que la investigación de esta tecnología alienígena habría ayudado a los soviéticos a sacar ventaja en los primeros años de la carrera espacial.
“Esa historia es casi una falsedad pura”, dice el ufólogo ruso Mikhail Gershtein. “Los rumores acerca de un centro de investigación OVNI en Kapustin Yar fueron difundidos por algunos de los llamados ‘clarividentes’ de Crimea. Pero hay un pequeño grano de verdad: en los años 80, se estableció en Kapustin Yar un proyecto de baja prioridad para el monitoreo de ovnis llamado ‘Circle’ (en español, ‘Círculo’). Fue cerrado antes del colapso de la Unión Soviética con resultados poco convincentes”.
La teoría sobre la presencia de naves alienígenas también es desmentida de plano por Khrushchev. “Los ovnis forman parte de todo este misterio y mitología. Hubo muchos rumores en la época de la Unión Soviética, pero nunca hubo evidencia de la presencia de ellos en cielos rusos”, señala. “Por supuesto que la inteligencia soviética y la Fuerza Aérea tomaron nota acerca del tema y tenían su propio departamento donde trataban de rastrear objetos voladores. Pero no encontraron nada, excepto globos y aviones espías estadounidenses”.
Fuente:
https://guillermotupper.com/2016/03/23/los-misterios-de-kapustin-yar-el-area-51-de-los-rusos/