Cuando se habla de explosiones atómicas es ineludible referirse al tristemente célebre episodio de Hiroshima y Nagasaki a finales de la Segunda Guerra Mundial. ¿Pero que dirían ustedes si les digo que ésa no fue ni por cerca la primera explosión de esas características ni la más poderosa? ¿Imposible? No tanto, primero iremos a los albores de la historia de la humanidad para retornar a principios del siglo pasado, durante ese viaje veremos que no es tan imposible como parece.
La primera parada de nuestro viaje nos deposita en la India donde sus libros sagrados, los Vedas, en especial el MahaBhárata, nos hablan de máquinas volantes (Vimanas) que tenían la forma de una esfera y navegaban por los aires. Se nos dice que Cukra, a bordo de su Vimana lanzó sobre una ciudad un único proyectil cargado con la potencia de todo el universo. Una humareda resplandeciente, semejante a diez mil soles se elevó en todo su esplendor, se levantó un viento terrible, la naturaleza enloqueció y el sol giró sobre sí mismo. Cuando el viento disipó la humareda se vieron millares de cuerpos calcinados por el rayo terrible. Este “rayo terrible” aparece como el “Arma de Brahma”.
Hoy en día se considera que las ruinas de la antigua ciudad India de Mohenjo-Daro podrían estar relacionadas con estos relatos. Esta ciudad desapareció hace 3.500 años como producto de una gigantesca explosión con una luz cegadora. Los especialistas que estudian las ruinas no se explican como pudieron ser destruidos de un modo tan devastador todos los edificios en un área de más de un kilómetro de diámetro, además de la radiación existente en la zona. Robert Oppenheimer, también conocido como “el padre de la bomba atómica”, dijo respecto de la detonación de la bomba atómica sobre Hiroshima: “Esta ha sido la primera explosión atómica ocurrida en los tiempos modernos. La anterior aconteció hace miles de años en el valle del Indo”.
La siguiente parada en nuestro recorrido nos ubica en el capítulo 18 del Génesis, en el cual Yahvé revela a Abraham que destruirá Sodoma y Gomorra por medio de fuego y azufre, solo Lot (sacerdote de Melquisedec) y su familia podían ser salvados. Antes de escapar los ángeles instruyeron a Lot que pasara lo que pasara no se volteasen a mirar puesto que quién lo hiciese se convertiría en sal. Por supuesto Dios envió lluvia de fuego y azufre que incineró por completo las ciudades con sus habitantes, y en la huida la mujer de Lot se dió vuelta para mirar y se convirtió en sal. En Deuteronomio 23:29 se señala que conjuntamente con estas ciudades, también se destruyeron Adma y Zeboim. ¿Otro Hiroshima? Lo que uno lee da para pensar.
Y finalmente nuestra travesía termina en la meseta de Tunguska, Siberia, Rusia. Esta región recibe su nombre del río que la atraviesa: el Podkamennaya Tunguska (“Tunguska bajo las Piedras”) de 1.865 km de longitud. El Tunguska desagua sobre la margen derecha del río Yenisei, y debe su nombre a que en dilatadas zonas de su recorrido corre bajo cantidades de cantos rodados, sin mostrar aguas abiertas. A las 7:17 de la mañana del 30 de junio de 1908 la zona fue testigo de una las más grandes explosiones que registra la historia de la humanidad. Los testigos observaron una gran columna de fuego azulado, casi tan brillante como el sol, que se desplazaba rápidamente a través del cielo.
Los sismógrafos de la época realizaron mediciones que son completamente indistinguibles de las producidas por una bomba nuclear y la devastación estuvo acorde: en un círculo de 30 kilómetros los árboles habían sido derribados como “palitos de fósforos” y el calor había fundido objetos metálicos, destruidos almacenes y reducido a cenizas a manadas enteras de renos. Dado que la zona era ocupada principalmente por pastores y por personas dedicadas a la actividad forestal nunca se pudo determinar un número fehaciente de víctimas tantos humanas como animales. Y la convulsionada realidad Rusa de principios del siglo XX hizo pasar prácticamente inadvertida la catástrofe y sus causas nunca fueron investigadas.
Recién en el año 1922 el mineralólogo Leonid Alekséievich Kulik se interesó por encontrar respuestas para lo sucedido en Tunguska. En febrero de ese año arriba a la zona encontrando señales de devastación total, recogió testimonios de los nómades tunguses, algunos de los cuales habían sido derribados de sus caballos a 600 kilómetros del sitio central, que manifestaban haber visto una monstruosa nube en forma de hongo elevándose desde de los bosques de Tunguska. En días sucesivos fue tal la cantidad de polvo en la atmósfera que los cielos nocturnos resplandecieron tanto que era posible leer en las noches sin luna. Las noches en Inglaterra y Bélgica se iluminaban con una brillante luz rosada, mientras que en Alemania era verdosa. La luminosidad del cielo nocturno confundió a los animales escoceses durante días: las ovejas y los pájaros se levantaban a medianoche, convencidos de que había amanecido. En las calles de Moscú los fotógrafos sacaban fotos nocturnas sin utilizar sus flashes de magnesio, y los ingleses jugaban partidos de golf a las 4 de la madrugada sin ningún tipo de iluminación artificial.
Muchas fueron y son las teorías de qué pudo haber provocado semejante devastación. Encontraremos tal diversidad que algunas parecerán muy fantásticas y no me refiero a la que aluden a un ovni precisamente. Muchas teorías parecen confirmar que la explosión ocurrió antes de que el objeto impactara contra la superficie, estallando en millones de pequeños fragmentos en la atmósfera superior, provocando una onda expansiva a nivel del suelo que sería la responsable de la destrucción observada.